A mi nunca me han gustado los extremos ni
mucho menos los extremistas, sencillamente no les tengo confianza porque a la
larga o a la corta muchos nos decepcionan. Hace tres años murió mi padre y el
vacío que dejó en mi vida fue tan grande que aún no he podido reponerme
emocionalmente. Mi padre fue a veces un poco dogmático e inclaudicable con sus
principio, fue lo que se dice un revolucionario de pura cepa, de verdad, alguien que siempre amó a la revolución
incondicionalmente y como solía decirme “entre la Revolución y yo no cabe ni
una hoja de papel”. Con él era difícil discutir sobre política y no había
espacio para críticas cuando se trataba de Cuba. A pesar de la pizca de
dogmatismo de la que algunas veces padecía, fue no solo un verdadero revolucionario
sino también un Militante del Partido en mayúscula.
Como él siempre tenía su verdad, cuando
teníamos discusiones sobre política y en algún momento le faltaban los
argumentos, terminaba siempre con su típica frase concluyente: “para tú
discutir conmigo sobre política lo primero que debes hacer es ganarte el
carné”. Esta frase me persiguió toda la vida y la sufrí. Por desgracia
nunca llegué a cumplir esa meta que mi padre había trazado para mí.
Nunca llegué a ser militante ni de la
juventud, ni del Partido, no por mis condiciones de revolucionario, ni mucho
menos porque no quisiera, sino porque los que decidían eran de la opinión de
que yo no reunía los requisitos para que se me distinguiera como tal. Algunos
llegaron a catalogarme como un joven con “desviaciones ideológicas”.
Estuve en la escuela de Camilitos de Pinar
del Rio donde viví momentos gratos e inolvidables. Me atrevería asegurar que
fue la escuela de mi vida. Pero también tuve la oportunidad de conocer a
extremistas nobles e innobles, falsos militantes.
Puede ser que para algunos suenen mis
palabras un poco duras, pero fue una realidad que nos tocó vivir a algunos. En
los Camilitos y después en la universidad me tocó lidiar con algunos de ellos
que casualmente ahora no solo viven en el el exilio sino que se pasaron al
bando de los enemigos jurados de la Revolución cubana. Ahora están en el otro
extremo.
Yo también vivo “afuera” pero para
sorpresa de muchos no solo sigo amando a la Revolución, sino que la defiendo
donde quiera que me pare. Hace más de un año recibí una carta muy emotiva de un
antiguo compañero de estudio de los Camilitos, hoy oficial de las fuerzas
armadas. Él me contaba que había leído un artículo mio y se había quedado
sorprendido por el contenido. Él no hubiera esperado jamás eso de mí, me dijo
sin miramientos, jamás hubiera pensado que yo defendiera a la Revolución de la
forma en que lo hago y desde el “afuera”. A mi papá también lo sorprendí, tardó
tiempo para comprender a su hijo, pero finalmente no solo logró entenderme,
sino que murió lleno de orgullo y convencido de que su hijo Justo siempre
estuvo en el camino correcto.
Hace unos días tropecé con un artículo en
Internet escrito por un sujeto el cual tuve el “gusto” de conocer durante mis
estudios en la Escuela Militar Camilo Cienfuegos de Pinar del Rio. Me refiero
al periodista Uberto Mario. Qué sorpresa haber leído el escrito de este señor. Uberto
Mario, un enemigo acérrimo de esa Revolución, que él con tanta vehemencia defendía
durante su estancia en los Camilitos!
Los de mi generación en esta escuela saben
lo que significaba ese nombre en la escuela de Camilitos de Pinar. Uberto Mario
era alumno de vanguardia, declamador de altura, vasallo incondicional de los
que mandaban. La voz de los discursos y de las arengas a las cosas que se
debían y no se debían hacer. Todos estábamos convencido de que un joven como él
iba a llegar lejos.
Se hizo periodista y según él llegó a ser
oficial de la Seguridad del Estado Cubano cumpliendo misiones de grande
responsabilidad en Venezuela. Ahora se ha convertido en un traidor de
pacotilla, cuentero por naturaleza que vende su alma al Diablo por un poco de
migajas.
De esta especie han habido muchas a lo largo de más de cinco
décadas de Revolución, demagogos de la peor calaña que en la primera
oportunidad cambian de bando para hacerle el juego a los enemigos de su propio
país, cambiando de color como los camaleones y traicionando a diestra y
siniestra y aunque “Roma pague a los traidores y al mismo tiempo los desprecie”, de alguna manera le están haciendo un daño
tremendo a la Revolución y a los verdaderos revolucionarios cubanos.
Esta es la clase de individuo que nos
demuestra una vez más que debemos estar siempre alerta porque “ni están todos
los que son, ni son todos los que están”.
Por Justo Cruz
Bienvenido a la blogosfera cubana!!! Buen artículo. Justo, mi Papá fue también un gran revolucionario, y me enseñó a serlo, pero nunca dejó de escribirse con su mamá que había abandonado el país, razón por la cual no fue considerado merecedor de ingresar al Partido. Ocupó sin embargo un cargo de responsabilidad en el Banco Nacional de Cuba. Allí tenía a una subordinada que era la secretaria del núcleo, una persona muy extremista que siempre lo hostigaba por eso, y que hoy es una conocida "disidente". Su nombre es Marta Beatriz Roque. Mi Papá nunca dejó de ser revolucionario, hasta su muerte, y sus hijos no dejaremos de serlo tampoco.
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